Llueve. La tierra tiene ese olor que nos gusta.
Llueve. Se ha enfriado mi cuerpo
que hervía de febril bochorno.
Llueve. Ya no queman los guijarros
de los caminos que se pierden
al quedar intransitables por las montañas
y podemos descalzarnos
y sentir el contacto
con el barro de la tierra.
Llueve. Ya el estío
se va como el alba en su velero
a otros lugares que tú y yo
aún desconocemos.
Me gusta el sonido de la lluvia
cuando caminamos,
por la cintura cogidos,
sobre las secas hojas
de los carrascos pinos
arrancadas por los primeros vientos.
Me gusta descubrir el mundo
como si acabásemos de nacer
y todo nos fuera nuevo.
Me gusta el latido de mi corazón
acompasado al pulso de tu sangre.
Sentirme mujer sabia y hermosa;
desatar mis instintos más primitivos
y amarte, una vez más amarte
con toda la pasión de mi género,
como si la muerte fuera el destino.
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