Bebe de este cáliz la sangre
de mis heridas, sangre que brotó
del pacto de amor que sellamos
y cíñete el anillo de la alianza.
Es ahora cuando más te deseo,
cuando todo el dolor
rebosa recordándome
cómo volaban los demonios
aquella madrugada
mientras
las estrellas se consumían
como ascuas y tú estabas allí,
dentro de mi sexo y te disculpabas
por no poder evitar la precoz
eyaculación sobre las paredes
húmedas de mi triste habitáculo.
Acepta ser mi víctima,
en esta ocasión sin heridas
abiertas, sin tratados
firmados. Hoy seré yo quien
me abalance sobre ti y te desnude
rápidamente sin que puedas
reaccionar . Marcaré tu piel
con mi nombre. Me pertenecerás.
Estableceré los límites
de mi íntimo territorio.
Me anticiparé a la inevitable
despedida, mordiendo
tus labios adúlteros en el último
beso. La noche será interminable.
Lamentarás haberme abandonado
aquel viernes bajo la lluvia
por una rubia exuberante.
Sólo yo te proporciono el placer
prohibido; supe leer tus ojos, tus secretos.
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