No
me gusta hablar de la violencia, pero sé que debo
aludir
a ella en esta ocasión porque, como dice Paulo
Freire,
hemos
de enunciar un problema para lograr solventarlo.
Uno
de los obstáculos de las crisis que vivimos hoy en
día
es que no nos miramos todos a la cara para solucionar
dificultades
comunes. Con seguridad es mancomunado el
ingente
vértigo económico actual, aunque no siempre lo
notemos
así, porque nadie, absolutamente nadie, está libre
de
una desventaja de este tipo. El que piense lo contrario
se
equivoca. Un añadido para estropear aún más la coyuntura
presente
es que pensamos que no va con nosotros lo
que
ocurre en negativo hasta que nos golpea vorazmente,
sin
misericordia, un evento no previsto… Con la violencia
de
toda índole es igual: sabemos de ella y nos preocupa
cuando
nos alcanza. Debería ser antes.
En
todo caso, me introduzco con algunas reflexiones
en
el fenómeno de la violencia sobre las mujeres porque
me
pide mi amiga Irel Faustina Bermejo la
presentación
de
su obra, de ésta que usted tiene en sus manos, que versa
sobre
la dolorosa realidad que mencionamos, y no me
puedo
negar; no debo. Las amistades hay que cuidarlas,
como
ellas nos miman también: no es que se trate de un
“quid
pro quo”, sino que más bien hay que dar gratis,
según
el mensaje evangélico (igualmente civil), lo que recibimos
de
manera altruista. El amor de un amigo, por mucho
que
le ofrezcamos, es algo impagable.
Además,
creo conveniente referirme a la violencia de
género
desde el prisma de un periodista preocupado por la
presencia
de ésta en los medios de comunicación, puesto
que
no siempre damos visibilidad a los hechos luctuosos
desde
ópticas lo suficientemente constructivas. No estoy
diciendo
que no hagamos bien nuestros deberes profesio8
nales.
Lo que subrayo es que todo es mejorable, y seguramente
deberíamos
esforzarnos más en actitudes preventivas
que
en las conclusivas, que ya no admiten solución.
Retratar
lo que acontece es deseable, pero hemos de dar
un
paso más. Cuando una persona es asesinada ya no podemos
volver
el reloj atrás. Lo ideal sería hacer el trabajo
de
difusión oportuno para evitar estas catástrofes.
Un
estudio de la Universidad
de Murcia señala que,
detrás
de toda víctima mortal (seguimos en violencia contra
la
mujer), hay dos años de conflicto infernal, más o
menos
expreso o soterrado. Lo que nos destaca este análisis
es
que a lo largo de 24 meses nadie ha sido capaz de
detener
la máquina destructora de ese hombre que seguramente
ha
sido protagonista de violencias verbales o físicas,
de
distanciamientos, de medias verdades, de situaciones
tapadas,
hasta que se desencadenan todas estas controversias
de
una manera fatal, criminal. Deberíamos
asumir
como una responsabilidad colectiva y propia de cada
institución
y de cada persona la búsqueda de mejoras
sustanciales
en este campo.
Por
eso una obra de este calado, como la de Irel, me
entusiasma
tanto. Me gusta desde su título, que invita a la
ensoñación,
a la libertad y a la autonomía personal, hasta
los
compromisos, testimonios, alusiones normativas, planteamientos,
comentarios,
resúmenes, anhelos y denuncias
que
aquí se realizan. Ha confeccionado, nuestra querida
humanista,
una tarea encomiable, sacrificada, repleta de
garantías
y de buen hacer, que configuran una publicación
de
calibre extraordinario. Las palabras empleadas son las
justas,
incluso cuando los términos dan pavor y nos sorprenden
con
acidez.
Un
problema de toda la sociedad
Los
procesos de violencia son tan desgarradores que
tenemos
que advertirlos como un problema social, del conjunto
de
la ciudadanía, como una carencia de educación,
como
una gran falta de respeto y de conocimiento sobre el
auténtico
valor de lo humano, que ha de ser, ahora y en el
futuro,
como en el pasado, la medida de todas las cosas,
rememorando
las palabras de Aristóteles, que continúan
siendo
vocablos sumamente contemporáneos. No es de recibo
que
estos delitos se sigan generando hoy en día.
Como
quiera que no siempre somos capaces de utilizar
las
palabras más adecuadas para contextualizar y conceptualizar
la
violencia de género, con las convenientes
apreciaciones,
variaciones y denominaciones afines, les
emplazo
a la lectura que se expone en la wikipedia de
este
fenómeno,
que cita a reputados investigadores. En todo
caso,
están todos de acuerdo en que es violencia física y/o
psíquica
que altera la vida de la persona o las personas
que
la sufren. Dentro de las percepciones nos podemos
referir
desde el maltrato al secuestro, así como a la violación,
la
tortura, la muerte, la pérdida de opciones vitales,
la
desfiguración de la ruta existencial y multitud de atropellos
más.
Si
algo refleja nuestra autora, ante estos eventos deleznables,
es
que debemos estar más atentos que nunca
para
afrontar las escenas de violencia machista. El mundo,
a
pesar de la abundancia de noticias, acaba careciendo de
formación
y de respeto a los derechos más esenciales. Hay
sucesos
que pensamos que a estas alturas de la evolución
estarían
superados, pero no es así. Prosigue la inseguridad
ante
el acompañante. Como decía Mahatma Gandhi, "la
violencia
es el miedo a los ideales de los demás." Acontece
que,
como no logramos hacer entender nuestros pensamientos
a
nuestros vecinos, por falta de capacidad o por
otra
consideración, acudimos a la pugna, que es lo más
primitivo
y que nos entronca con el perfil más inhumano.
Coincidimos
con el admirado Jean Jaurés en
el sentido
de
que "la violencia es una
debilidad". Lo es claramente.
Nos
imponemos al otro, o tratamos de hacerlo, pero
no
con argumentos, o con una ingente dosis de felicidad,
esto
es, con buenos hechos y desde la diversidad de criterios,
sino,
por el contrario, queriéndolo subyugar desde el
golpe,
la herida y el asesinato. La violencia es el resultado
de
un gran fracaso en lo individual y en lo social. Meditemos
sobre
ello.
Irel
refleja muy bien el conjunto de problemas y su
realidad,
con sus ecos sociales, con los testimonios de las
que
sufren (y de su entorno), con la crudeza del lenguaje y
de
las coyunturas, con la impotencia ante los eventos que
nos
superan, porque creíamos que iban a ser evitables con
la
llegada del siglo XXI. No ha sido de esta guisa. La paradoja
de
la violencia, parafraseando a Roosevelt,
es que
perdemos
nuestras vidas, a menudo en sentido real, para
volver
a un punto de partida que nos deja sin tiempo y sin
inocencia.
Aunque intentamos regresar al universo perdido,
es
sumamente difícil.
Convendría
demostrar con el corazón y desde la mente
que
somos más sabios de lo que reflejan las actuaciones
societarias.
Todos podemos, y debemos, aportar un granito
de
arena para acabar con esta lacra. Cada uno de nosotros,
como
bien subraya la autora, somos y estamos afectados.
Como
primer antídoto, aquí se proponen unas
magníficas
alas.
Lean.
JUAN TOMÁS FRUTOS.
Escritor
y Periodista
Ya lo dijo Terencio: humani nihil a me alienum.
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