jueves, 2 de julio de 2015

“ALAS” FRENTE A LA VIOLENCIA

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No me gusta hablar de la violencia, pero sé que debo
aludir a ella en esta ocasión porque, como dice Paulo Freire,
hemos de enunciar un problema para lograr solventarlo.
Uno de los obstáculos de las crisis que vivimos hoy en
día es que no nos miramos todos a la cara para solucionar
dificultades comunes. Con seguridad es mancomunado el
ingente vértigo económico actual, aunque no siempre lo
notemos así, porque nadie, absolutamente nadie, está libre
de una desventaja de este tipo. El que piense lo contrario
se equivoca. Un añadido para estropear aún más la coyuntura
presente es que pensamos que no va con nosotros lo
que ocurre en negativo hasta que nos golpea vorazmente,
sin misericordia, un evento no previsto… Con la violencia
de toda índole es igual: sabemos de ella y nos preocupa
cuando nos alcanza. Debería ser antes.
En todo caso, me introduzco con algunas reflexiones
en el fenómeno de la violencia sobre las mujeres porque
me pide mi amiga Irel Faustina Bermejo la presentación
de su obra, de ésta que usted tiene en sus manos, que versa
sobre la dolorosa realidad que mencionamos, y no me
puedo negar; no debo. Las amistades hay que cuidarlas,
como ellas nos miman también: no es que se trate de un
“quid pro quo”, sino que más bien hay que dar gratis,
según el mensaje evangélico (igualmente civil), lo que recibimos
de manera altruista. El amor de un amigo, por mucho
que le ofrezcamos, es algo impagable.
Además, creo conveniente referirme a la violencia de
género desde el prisma de un periodista preocupado por la
presencia de ésta en los medios de comunicación, puesto
que no siempre damos visibilidad a los hechos luctuosos
desde ópticas lo suficientemente constructivas. No estoy
diciendo que no hagamos bien nuestros deberes profesio8
nales. Lo que subrayo es que todo es mejorable, y seguramente
deberíamos esforzarnos más en actitudes preventivas
que en las conclusivas, que ya no admiten solución.
Retratar lo que acontece es deseable, pero hemos de dar
un paso más. Cuando una persona es asesinada ya no podemos
volver el reloj atrás. Lo ideal sería hacer el trabajo
de difusión oportuno para evitar estas catástrofes.
Un estudio de la Universidad de Murcia señala que,
detrás de toda víctima mortal (seguimos en violencia contra
la mujer), hay dos años de conflicto infernal, más o
menos expreso o soterrado. Lo que nos destaca este análisis
es que a lo largo de 24 meses nadie ha sido capaz de
detener la máquina destructora de ese hombre que seguramente
ha sido protagonista de violencias verbales o físicas,
de distanciamientos, de medias verdades, de situaciones
tapadas, hasta que se desencadenan todas estas controversias
de una manera fatal, criminal. Deberíamos
asumir como una responsabilidad colectiva y propia de cada
institución y de cada persona la búsqueda de mejoras
sustanciales en este campo.
Por eso una obra de este calado, como la de Irel, me
entusiasma tanto. Me gusta desde su título, que invita a la
ensoñación, a la libertad y a la autonomía personal, hasta
los compromisos, testimonios, alusiones normativas, planteamientos,
comentarios, resúmenes, anhelos y denuncias
que aquí se realizan. Ha confeccionado, nuestra querida
humanista, una tarea encomiable, sacrificada, repleta de
garantías y de buen hacer, que configuran una publicación
de calibre extraordinario. Las palabras empleadas son las
justas, incluso cuando los términos dan pavor y nos sorprenden
con acidez.
Un problema de toda la sociedad
Los procesos de violencia son tan desgarradores que
tenemos que advertirlos como un problema social, del conjunto
de la ciudadanía, como una carencia de educación,
como una gran falta de respeto y de conocimiento sobre el
auténtico valor de lo humano, que ha de ser, ahora y en el
futuro, como en el pasado, la medida de todas las cosas,
rememorando las palabras de Aristóteles, que continúan
siendo vocablos sumamente contemporáneos. No es de recibo
que estos delitos se sigan generando hoy en día.
Como quiera que no siempre somos capaces de utilizar
las palabras más adecuadas para contextualizar y conceptualizar
la violencia de género, con las convenientes
apreciaciones, variaciones y denominaciones afines, les
emplazo a la lectura que se expone en la wikipedia de este
fenómeno, que cita a reputados investigadores. En todo
caso, están todos de acuerdo en que es violencia física y/o
psíquica que altera la vida de la persona o las personas
que la sufren. Dentro de las percepciones nos podemos
referir desde el maltrato al secuestro, así como a la violación,
la tortura, la muerte, la pérdida de opciones vitales,
la desfiguración de la ruta existencial y multitud de atropellos
más.
Si algo refleja nuestra autora, ante estos eventos deleznables,
es que debemos estar más atentos que nunca
para afrontar las escenas de violencia machista. El mundo,
a pesar de la abundancia de noticias, acaba careciendo de
formación y de respeto a los derechos más esenciales. Hay
sucesos que pensamos que a estas alturas de la evolución
estarían superados, pero no es así. Prosigue la inseguridad
ante el acompañante. Como decía Mahatma Gandhi, "la
violencia es el miedo a los ideales de los demás." Acontece
que, como no logramos hacer entender nuestros pensamientos
a nuestros vecinos, por falta de capacidad o por
otra consideración, acudimos a la pugna, que es lo más
primitivo y que nos entronca con el perfil más inhumano.
Coincidimos con el admirado Jean Jaurés en el sentido
de que "la violencia es una debilidad". Lo es claramente.
Nos imponemos al otro, o tratamos de hacerlo, pero
no con argumentos, o con una ingente dosis de felicidad,
esto es, con buenos hechos y desde la diversidad de criterios,
sino, por el contrario, queriéndolo subyugar desde el
golpe, la herida y el asesinato. La violencia es el resultado
de un gran fracaso en lo individual y en lo social. Meditemos
sobre ello.
Irel refleja muy bien el conjunto de problemas y su
realidad, con sus ecos sociales, con los testimonios de las
que sufren (y de su entorno), con la crudeza del lenguaje y
de las coyunturas, con la impotencia ante los eventos que
nos superan, porque creíamos que iban a ser evitables con
la llegada del siglo XXI. No ha sido de esta guisa. La paradoja
de la violencia, parafraseando a Roosevelt, es que
perdemos nuestras vidas, a menudo en sentido real, para
volver a un punto de partida que nos deja sin tiempo y sin
inocencia. Aunque intentamos regresar al universo perdido,
es sumamente difícil.
Convendría demostrar con el corazón y desde la mente
que somos más sabios de lo que reflejan las actuaciones
societarias. Todos podemos, y debemos, aportar un granito
de arena para acabar con esta lacra. Cada uno de nosotros,
como bien subraya la autora, somos y estamos afectados.
Como primer antídoto, aquí se proponen unas
magníficas alas.
Lean.
JUAN TOMÁS FRUTOS.

Escritor y Periodista

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