Era tu sombra envuelta
por la capa la que se alzaba
en mi patio junto al ciprés
que amenazaba en los días de viento
con caer sobre el tejado de mi casa.
A menudo me preguntaba
si la sombra era real o sólo
un reflejo avanzando como un fantasma,
arrastrando sus pesadas cadenas.
Quise mirar tu rostro
y me dejé engañar
por tus ojos ensangrentados.
Tus manos frías me helaron la piel
y el corazón, como el crudo invierno,
y el corazón, como el crudo invierno,
al derramar tu aliento
sobre mis pálidas mejillas.
Tu sombra me arrastró en el silencio
hacia los senderos oscuros
y hacia sepulcros abismales
con las lápidas destapadas,
me arrastró hacia el fondo con su misterio,
sin saber que eras un demonio.
Seguí a ciegas tu candelabro
como mujer enamorada.
Tú rompiste para mí las fronteras
del mundo de los muertos.
Irel F. Bermejo.
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