En ocasiones, los mortales vivimos
un mundo idealista y mítico al estilo en
que nos lo describe Platón en el Mito de la caverna. Esta imagen que pasa por
delante de nuestro cuerpo maniatado ¿no será la auténtica realidad, y lo que
transita por nuestra espalda no es sino una sombra, una idea abstracta e irreal
de lo que ven nuestros ojos?
Este dilema filosófico alcanza
envergadura tal, que podrá envolver, desconcertándolo, todo nuestro numerus motus secundum prius ac posterius, o sea, nuestro
tiempo de peregrinación
terrestre, en lapidaria frase
de Aristóteles.
La armoniosa y profunda lírica de
Irel Faustina aparece en este poemario con la desnuda crueldad, sin ataduras ni
zarandajas que pudieran velar los sentimientos más puros de un alma
convulsionada nacida para amar sufriendo y sufrir amando. Sus versos, que aprisionan a quien a ellos se
acerca, no son sino lamentos a voz en grito y, a veces, insonoros suspiros de alivio, reforzados con enérgicas dosis de voluntad
para trasmutar una desvanecida realidad
que ha vuelto a recobrarse. Su poderío verbal impresiona cuando Irel declama
esos sentimientos envuelta en bella
parafernalia, propia de una magnífica actriz que interpreta como acreditada
maestra del proscenio. Ora es la sinuosa gacela que trisca airosa y retozona
por verdes prados, ora se transforma en rugiente leona intimidatoria.
Ha renacido el brillo en los ojos de nuestra
poetisa. Ha recubierto su anatomía con la loriga y red de mallas de los bravos
guerreros, luciendo en su blonda
cabellera la corona de laureles. Atrás, perseguidor renqueante continúa el
acoso de la mítica idea. La realidad se
ha hecho tangencial y, llena de un desbordante
amor, escala posiciones, lucha contra la duda, suplica al Todopoderoso,
revisa la posibilidad de aferrarse a una fe humana y, quizás, divina. Mira a la
muerte de frente intentando resistirse con seria oposición al nihilismo.
Por fin, Irel, en esta admirable
confesión propia o ajena, muestra un espíritu henchido de ardiente deseo de
entrega al huidizo y esquivo Apolo, muestra sobrada capacidad para superar los
momentos de angustia, las tediosas horas de espera, la plácida aceptación de la
muerte inexorable, admitiendo que en la otra ribera los brazos abiertos del
enamorado albergarán su ansiado cuerpo para fundirse ilusionadamente en un solo cuerpo, en una
única alma.
No hay tema, por muy banal que se
nos pueda antojar, que no vibre en sus versos apasionados, nostálgicos, quedos,
sangrantes. Esta aparente contraposición de fuego-hielo, frío-calor es una
constante, comprensible siempre, en los poemas de Irel.
Nuestra consagrada poetisa se
refugia, cual eremita, en la oscuridad de su soledad para reencontrarse consigo
misma. Y del aura tenebrosa van
surgiendo, acompasadas, las más bellas estrofas cargadas de pasión, de dolor,
de quejas y, otras veces, pletóricas de luz, alentadoras, agradecidas al amor.
El amor es el eje que mueve su pluma. No lo puede evitar. Y es precisamente ese
amor reencontrado el resorte que la anima a saltar de alegría, a superar la
adversidad, a renacer a una nueva vida, a recobrar su fortaleza como mujer
valiente en extremo e inasequible al
desaliento.
Esa fortaleza palpita en fervientes
baladas ante la ausencia del amado:
“Si tú me dijeras adiós…
me dolería, sí, te juro
que sentiría el dolor
clavado en mis entrañas…
Y después de haber derramado
todas mis lágrimas
empezaría a levantarme…
Que la vida sigue…”
Vuelve a mostrarse poderosa,
decidida, superviviendo a la pérdida del amado:
“Que soy capaz de vivir
a
pesar de tu ausencia.”
La poetisa se encuentra fuerte, es
una mujer curtida y ha superado mil batallas. Se ha engrandecido tras haber
superado las más variopintas y agobiantes
turbulencias, Se ha convertido en estatua viva, cubierta con membrana
pétrea y prosigue su andadura con incesante y pertinaz hidalguía. Ha recobrado
la energía dormida.
A pesar de sus avances, de haber
alcanzado la total adultez que la capacita para los más duros enfrentamientos
contra lo adverso, vuelve a invocar al amor, timonel que siempre la ha
conducido a las playas del Eros al que jamás ha renunciado.
“Espero tu retorno
con el anhelo abrasado,
perfumando
con ramos de azahar
los aposentos
para perder juntos
la noción del tiempo.”
REALIDAD RECOBRADA es un canto a la
vida, un bello poemario que nos hace reflexionar sobre los plúrimos temas que
embellecen nuestro tránsito vital o lo amargan sañudamente. Al final sólo el
amor impera y doblega cualquier intento de amargarnos la existencia en este
valle de lágrimas.
Abre, lector, este libro y disfruta
del delicado y profundo lirismo de una de las más firmes y eruditas
cultivadoras del arte de la poesía.
José María López Conesa
No hay comentarios:
Publicar un comentario