TEXTO DRAMÁTICO BASADO EN LOS CRÍMENES EJEMPLARES DE MAX AUB (1957)
Telón. Se escucha música de salsa. Se sube el telón. Escenario oscuro. Se enciende un foco que ilumina el ángulo derecho del escenario, arriba. Parada de autobús. Un banco con una señal de parada de bus. Sentada en el banco está sola una joven de unos 30 años, de baja estatura, lo que la hace parecer más niña de lo que es. Viste estilo gótico, con vestido negro de falda corta y un generoso escote donde dos redondos y voluminosos pechos sostienen un rosario de perlas rojas que se enreda al cuello y un Cristo que descansa en la cruz alzada sobre uno de los montes casi desnudos que afloran del vestido. Su pelo es corto, moreno, lacio, pero lleva una cresta con tinte bermellón. Sus ojos, grandes y saltones, están exageradamente maquillados con una sombra oscura. Su tez clara, empolvada en talco, resalta unos labios rojos, voluminosos. Un pirsin en el tabique nasal. Pendientes y pulseras que llaman la atención. Sus piernas embutidas en la red de unas medias negras, con agujeros, y sobre unos zapatos rojos de plataforma que eleva su pequeña figura. Cuelga de su hombro una gran bandolera negra con calaveras rojas.
La joven está impaciente. Sus piernas cruzadas se mueven nerviosas. Gira la cabeza hacia uno y otro lado de la calzada. Espera ya un buen rato y es tarde. Empieza a anochecer. Está enfadada. Ha de regresar a casa pero su hogar no es el lugar a dónde ella quisiera ir. Sabe que quien le espera no la va acoger con los brazos abiertos sino que nada más entrar por la puerta tendrá que subir el volumen de su walkman para no escuchar discutir a sus padres. Lleva un tiempo indecisa, desea alquilarse un pequeño apartamento con alguna amiga y salir de aquel infierno, por eso está trabajando en un bar con un contrato basura, echando horas y aguantando a pelmazos que se sobrepasan con ella. Sus piernas se mueven como si tuviera el baile de S. Vito. Hoy está especialmente cansada. Le hubiera gustado estudiar como lo hicieron sus amigas pero tuvo que dejarlo porque en casa no había quien estudiara. Odia a su padre y siente repugnancia por su madre por continuar viviendo al lado de ese hombre alcoholizado. También se odia a sí misma porque cree que sus cualidades están desaprovechadas. Le hubiera gustada trabajar en una biblioteca, rodeada de libros y de ordenadores, pero está en un bar sirviendo cafés y cervezas a las afueras y no le queda tiempo ni ganas de hacer otra cosa que no sea fumar porros, escuchar música y dormir. Mientras duerme pierde la consciencia del mundo que le rodea. También le gusta beber. Fumar porros y beber le ayudan a olvidar, a no sentir, a no vivir la vida que desprecia.
Detrás, en el fondo del escenario se proyecta una imagen en la pantalla blanca. Aparece la calle donde la chica espera. Estamos en un suburbio. Se ven naves industriales con chimeneas de las que se eleva el humo hacia las nubes. Edificios antiguos, algunos derribados. Sigue sola e impaciente. Desea llegar a casa y liberarse de los tacones sobre los que ha permanecido de pie desde las ocho de la mañana, pero por otro lado, desearía perderse por ahí, deambular durante toda la noche y no pisar esa casa. Dormir, eso hará cuando llegue a casa.
Cruza ante ella un mecánico cargado con una caja de herramientas; su gorra y mono son azules. Silba al ver a la chica. Ella le hace un gesto con el dedo índice, levantando la mano. Él se aleja. Se siente asqueada.
Llegada del autobús. Se apaga la pantalla y un foco ilumina ahora el lado izquierdo de arriba del escenario. La chica ha subido al autobús. Nos encontramos con una barra con asideros, dos asientos con una ventana. Un rótulo rojo se enciende y se apaga con una luz roja, en él se puede leer PARADA SOLICITADA.
El asiento que hay junto a la ventana está vacío; en el otro, un caballero en traje de chaqueta y corbata, de unos 50 años, con barba, bigote y pelo canosos, lee el periódico. La chica pasa por delante de él y se sienta junto a la ventana. Ella escucha música con el walkman. El autobús comienza la marcha y los cuerpos se balancean con el movimiento del viaje. A veces los cuerpos se aproximan en las curvas y se rozan.
En la pantalla se está proyectando el viaje, el recorrido que están siguiendo nuestros personajes. Nos alejamos de la zona industrial y entramos en la urbe. La chica se pinta los labios de carmín mirándose en el cristal de la ventana. Con los labios pintados se ve más guapa y necesita verse así pues su padre siempre le recuerda que es fea.
En las distintas paradas suben y descienden distintos personajes de distintas edades, sobre todo hombres, que se agarran de los asideros de la barra y se mueven con los vaivenes del camino: Un anciano envuelto en una gabardina beige, con un sombrero de hongo, oscuro; porta un paraguas negro. Un travesti, elegante, con traje de chaqueta claro, falda estrecha, pelo recogido en un moño; abraza a un pequeño caniche blanco. Dos chicos, jóvenes, de unos 20 años, con pantalón vaquero y camiseta, con pelo largo. Un pintor de unos 40 años, con un cuadro envuelto y un caballete bajo el brazo; sus ropas están manchadas de pintura.
El caballero que está sentado junto a la chica pulsa el botón solicitando la parada. Se enciende el rótulo. El bus se detiene y él se aleja. Se apaga la proyección y el foco que iluminaba el autobús.
La chica se acerca al borde del escenario (luz azul sobre el escenario); se dirige al público:
- Es que ustedes no son mujeres y además no viajan en el bus (saca de su bandolera una botella de licor y bebe. Siempre llega en su bandolera una botella de licor y cuando precisa anestesiarse porque le duele el alma, recurre a la bebida. Sí, odia a su padre porque es alcohólico y se odia así misma porque necesita beber. Con la mano se limpia las comisuras de los labios). No, no viajan en el autobús, sobre todo en el circunvalación, o en el amarillo cochino de circuito de colonias.
(Los personajes que vimos en el autobús se mueven por el escenario:
- El anciano camina bajo su paraguas con cierta dificultad, renqueando.
- El travesti tira de una cadena paseando a su perro. Su paso es rápido y, para alcanzarle, detrás el perro corre con la lengua fuera y babeando .
- Los dos jóvenes juegan, saltan uno sobre el otro, se empujan, ríen a carcajadas.
- El pintor coloca el cuadro sobre el caballete . Extrae de un bolsillo del pantalón unos pinceles y se dispone a pintar.
La chica, insinuante en el centro del escenario, se acaricia los pechos):
- No viajan en el bus a la hora de la salida del trabajo y no saben lo que es que la metan a una mano.
(Aparece el caballero del periódico. Mira con atención algún artículo. Camina despacio. Suena la música de un tango. La chica se le acerca por detrás y se le abraza. Le arranca el periódico y lo arroja al suelo):
- Y que todos y cualquiera procuren aprovecharse de las apreturas para rozarle los muslos y las nalgas. (Se gira, colocándose frente a él y le coge para bailar unos pasos de tango).Para rozarle los muslos y las nalgas, haciéndose los desinteresados, mirando a otra parte, como si fuesen inocentes palomitas (se aparta de él y lo empuja. Se dirige de nuevo al público). Indecentes. Y una procura hurtarse a la presión y empuja hacia otro lado.
(Aparece de nuevo el mecánico y vuelve a silbar a la chica).
- Y ahí va otro cerdo, con las manos en los bolsillos ( se coloca detrás y mete sus manos en los bolsillos de él). Otro cerdo con las manos en los bolsillos, rozándola a una ¡qué asco! ¡Qué asco! Pero este tipo se pasó de la raya.
(El caballero está sentado en el bus junto a la ventana. Ella se sienta a su lado. Se enciende de nuevo la luz sobre el autobús y se vuelve a proyectar la película del trayecto del viaje. Ella lleva un cuchillo en la mano. Los personajes van subiendo nuevamente y asiéndose de la barra)
- Se pasó de la raya. Dos días seguidos nos encontramos lado por lado.
(Luz roja sobre el escenario. Se apaga la proyección. Ella se dirige al público):
- Yo no quería hacer un escándalo, porque me molestan y son capaces de reírse de una. ¡Me molestan, me molestan! (se arroja al suelo y adopta una posición fetal. Todos los demás personajes la rodean). Son capaces de reírse de una. (Se levanta de golpe y se arroja sobre el anciano clavándole el cuchillo en el costado. Brota la sangre sobre el cuerpo inerte del anciano).Por si acaso me lo volvía a encontrar, me llevé un cuchillito (acariciando el filo del cuchillo. Sonríe. Nunca había sentido tanto placer como clavando el acero. En realidad, en pocas ocasiones había disfrutado placenteramente), filoso, eso sí. Sólo quería pincharle. Pero entró como si fuera manteca, como manteca de cerdo. Era otro, pero se lo merecía igual que aquel. (Se oye la sirena de una ambulancia. Ella sigue sonriendo. El foco se centra en esa sonrisa malévola y en su mirada perdida en su propio vacío. Se apaga la luz. Baja el telón).
FIN
IREL FAUSTINA BERMEJO HERNÁNDEZ.
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